martes, 30 de junio de 2020

La nostalgia del futuro: reversionamiento de un texto bien envejecido

El tiempo y su paso en cuarentena, así como la montaña rusa de emociones que implica, se vuelve un espiral efímero. Yo tengo muy claro que llevamos poco más de tres meses en estas, pero el paso de los segundos solo se siente en el oído interno. Y, así como pasan las horas en aislamiento, parecía inevitable el revolver recuerdos entre limpiezas, encontrando una pieza clave que fue parte del inicio de la búsqueda de mi estilo como redactor. 

Hace ya muchos años, más de seis, cuando comencé mi pregrado, escribir sobre moda parecía una carrera prominente. Había futuro, los medios repuntaban, los creadores independientes tenían voces sensatas: era el momento perfecto. Así que publicamos. La Revista El Poli, producción extinta de mi alma máter, me abrió el espacio de Redactor estudiantil, justo días antes de mi cumpleaños 18. Y, con todos los peros que hubo detrás, cierto revuelo se causó. Por eso, en medio de la búsqueda personal que implica la consecución de un nuevo empleo, decidí desempolvar esas épocas de revolución creativa, para darle un nuevo sentido a ese viejo texto. 

Nota del todero: la revista no sigue publicada en ningún espacio oficial, así que me tomé el atrevimiento de buscar entre mis archivos viejos y subirla, con todo y sus errores de diagramación y tipografía, para que le den una ojeada. La encuentran haciendo clic acá. 

Así se veía el impreso, la primera vez que lo publiqué en social media, cuando las cámaras de los teléfonos dejaban mucho qué desear. 

Así que, acá va. 

La era del cuestionamiento sobre la democratización de la moda 

Colombia vivió un boom de moda en el que vimos crecer las cifras del consumo textil y lo asociamos a una suerte de antelación a la concreción de la industria. En ese momento, vimos grandes marcas de lujo y pronta moda abriendo por toda la ciudad. Muchas tiendas de las que solo nos queda el recuerdo, y tal vez ni eso. Consecuentemente, llegaron otras más que no esperábamos ver tan pronto por estas tierras. Los diseñadores nacionales ahora crean bajo el manto de tendencias de apariencia inagotable y la audiencia que busca una prenda exclusiva se expande a quienes, bueno, pueden pagar precios descomunales por piezas de poliéster (y eso). Hoy, los medios de comunicación cierran por razones más que variadas (y válidas, en un buen porcentaje) y el comercio de indumentaria decrece de la misma forma que lo hace la economía nacional. Nada parece ser como antes.

Así mismo, propuse en aquel entonces que la moda lograba bajarse del pedestal para volverse urbana, alcanzable, asequible. Y, a la hora de la verdad, esto realmente nunca sucedió y, con más sensatez, no tiene que hacerlo. El buen gusto sigue siendo un fantasma clasista que agobia a la crítica de moda y las estrategias de pricing de muchas marcas se volvieron una burbuja que bien podría igualar a la inmobiliaria. Pero, sobre todo, el sistema mismo necesita que el pedestal no cambie, solo se transforme frente a las necesidades de cada tiempo. Sin él, el motor provisto por la ilusión de la democracia y el libre mercado no andaría. 

Cuando el dólar no había escalado el precio actual, del que no baja, y podíamos aprovechar los declives de otras economías robustas de este lado del continente, Bogotá era un punto clave para el comercio de bienes de lujo. Y, en simultánea, el mercado se llenó de nuevas opciones de bajo costo que volvían competitivo el escenario. Bastante tiempo después fue que entendí que la relación de los dos segmentos no era, ni de lejos, directa. 

Así como en el artículo original utilicé la mejor foto que tenía a la fecha (tomada por Zico Rodríguez), para este planeo usar mi mejor foto hasta la fecha, por Camilo Galvis (@camilogalvisphoto)

Era 2014 y las filas de bolsas amarillas en Forever 21 abrieron una pertinente discusión sobre la pronta moda y el consumo de prendas en Colombia. Ahí supimos lo que implicaban las producciones en masa, disponibles a lo largo del mundo en contadas semanas. Piezas que iban contra la ley de derechos de autor, producidas en países vulnerables donde se paga un costo ambiental aún más alto y, bueno, todo lo que odiamos de la moda rápida. Tal vez acá tendría que decir que muchas de estas marcas pasan por momentos de transformación que son dignos de examinar; H&M y Zara le apuntan a modelos sostenibles, con colecciones hechas a partir de la recuperación de fibras textiles ya producidas, y las nuevas marcas de pronta moda son exclusivamente digitales: un modelo de negocio con menores costos, más rápido y de expansión agresiva. 

Sumado a todo esto, hablar de la competencia, posiblemente desleal, de este modelo contra los productores colombianos era más que pertinente. Hoy, es una conversación que los gremios siguen trayendo a colación cada que es posible. Y sí, los precios de las marcas extranjeras se han vuelto más competitivos, haciéndolo un escenario de competencia salvaje. Sobre esto, quisiera profundizar más, pero el material que hallo responde a la indignación general sobre los aranceles y el contrabando, temas que dan perfectamente para una investigación juiciosa sobre lo que implica la competencia en la moda masiva. Acá también vale la pena hablar de las marcas colombianas que maquilan en países con costos más bajos de producción, y especular sobre el incentivo que pudo haber detrás de que Arturo Calle y Totto (si hay alguna otra marca que lo haya hecho, bienvenida la aclaración) devolvieran su fabricación al país. En resumen, la competitividad tiene muchas caras. 

Por alguna razón que no contemplo hace mucho tiempo, los arribos de marcas de lujo en el país eran dignos de celebración. Y lo eran por la sensación de apertura económica que generaban. De hecho, en ese artículo mencioné a dos marcas que cerraron sus tiendas con el paso del tiempo: BCBG, que se reordenó a nivel mundial, y Burberry, que se fue después del escándalo de La Riviera. Tiempos aquellos. Pero como ya les dije, el dólar subió y la situación cambió completamente. Y me atrevería a decir que el comercio virtual de piezas de casas de renombre también evolucionó la perspectiva de lo que implica tener un bolso de lujo. En ese movimiento, la tienda de Louis Vuitton se amplió y ahora cuenta con piezas de vestuario, Ermenegildo Zegna, Bvlgari y Jimmy Choo se suman a la lista de las tiendas cerradas, y Valentino cuenta con distribuidor de bolsos y zapatos. Si bien, la economía colombiana no se fue al demonio en ese tiempo, sí cambiaron muchos paradigmas del comercio de textiles; parte de esa apertura es lo sencillo que se ha vuelto adquirir bienes de lujo en viajes internacionales (para quienes pueden pagarlos). Por ahí derecho, muchos productos nacionales se posicionaron como bienes premium dignos de mercados con una cultura de moda más desarrollada. 

Por todo esto, la comparación con el mercado de diseño de autor era necesaria, en el escenario en el que la versión de mí mismo que redactó este texto creía que había alguna posibilidad remota de que esto fuera posible. Y sí, esta es la mejor evidencia de que las colecciones en colaboración sigue siendo una de mis grandes pasiones, porque es la forma más comercial de narrar por qué es importante considerar el diseño de autor como una faceta clave del mercado de vestuario. Bendito sea el pasado. En la edición de Colombiamoda de 2014 (y si mal no estoy, en todas las ediciones de la feria a partir de ahí) Arkitect, la marca masiva de vestuario del Éxito, y Falabella, presentaron dos colecciones en colaboración que reunían un total de 6 diseñadores, todos creando para el retail. Cuando redactamos esta pieza no nos imaginábamos que esto implicaría todo un movimiento alrededor del diseño de firma en supermercados, pero podíamos saber que se volvía importante, y atinamos. 

Suena bastante torpe salir con una afirmación así, pero confío mucho en el Camilo Alberto del pasado. Así como cuando me preocupo por un deadline que él ya cumplió, a ese man le confío, especialmente, las visiones que puede tener relacionadas con la gestión del cambio. En ese año hablar de la moda en su versión digital era contemplar un montón de lenguajes que, si bien no nos eran ajenos, se volvían poco a poco en una parte esencial de la conversación. La nueva cultura visual cambió completamente lo que implicaba comunicar moda. El street style fue ese fenómeno que convirtió a la calle en una fuente constante de inspiración, y el negocio supo hacer lo que era necesario para monetizarlo, convirtiendo esta idea en la estructura de contenidos de miles de personas que pretenden hacer parte de esta industria. Los blogs se apagaron y sobrevivieron solo las manifestaciones visuales, en las que el conocimiento o experiencia se ve reflejado en las imágenes hechas para narrar la concepción que tenemos del lifestyle

¿Cuándo tendremos vitrina de Chanel en Bogotá? Tal vez nunca. seres. 

Muy orgulloso de mí, le dediqué un párrafo idealista y preciso a lo que comenzaba a levantarse como el marketing de influencia, Voces humanas que sustituían el vacío editorial, a partir de conocimiento empírico (y, contadas veces, académico) tan fácil de narrar cuando no hay límite de ningún tipo. Parecía ser una guía casi personalizada sobre lo que implicaba moda para muchas personas. Esto cambió el modo de ver la información. Y pues, bajo el modelo del capitalismo, era inevitable la inversión y el retorno. Los medios no lograron seguir vigentes, las voces se fueron apagando, y la duda sobre la pertinencia del avance constante nunca se solucionó. Ya no hay bloggers, los influencers crearon sus propias burbujas donde la conexión con la esencia de la industria es cada vez más difusa, y pareciera que el país decidiera dejar de investigar, con una convicción utópica, una buena fe cegatona, que deja de cuestionar a los participantes de la cadena de valor. Este también es un capítulo que da para una investigación sensata, que tal vez nunca suceda. 

Creo que, con el sabor agridulce de la ironía en la lengua (y las yemas de los dedos que tipean), la conclusión a la que llegué no dista de la que podría proponer hoy. Hay nuevas opciones, un bombardeo constante de propuestas independientes y mucha más información sobre lo que somos y lo que vivimos. Contrastado con una deshibridación en los actores, unas fuertes debilidades en investigación y desarrollo, y la total ausencia de narradores oficiales de la historia. Y, creo también, que existe una particular decepción frente al modo en el que me hubiera gustado narrar una industria en la que creía con el fervor suficiente como para citar a Oscar Wilde. Pero esto es lo que implica madurar per se, comprender que el futuro de los escenarios depende de muchos más factores que un buen pronóstico económico. 

Y, ahora, en pleno declive social por el fin de los vicios de la sociedad como la conocíamos, me atrevo a asegurar que el único deseo que tengo para la industria es volver a ese 2014, comprender qué fue lo que hizo que esta historia fuera apasionante y aplicarlo en todas las áreas que lo necesiten. Desde la narración objetiva, honesta y sensata de los medios, las propuestas basadas en procesos de innovación del diseño y la apertura económica necesaria para mantener este discurso vigente; hasta la audiencia ávida de conocimiento, el entorno digital convertido en una herramienta creativa e inclusiva, y el sentido de la oferta concebido desde la idea más ética posible del consumo. 

Como nota al pie, este es un hilo de Twitter súper bacano sobre la importancia de las colecciones en colaboración dentro del mercado nacional. ¿Lo volvemos un post? 


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